miércoles, 25 de diciembre de 2013

Capítulo cuatro.

  El mes de noviembre pasa muy rápido, y pronto estamos en diciembre, mi mes favorito. Hoy, sábado 14, no tenemos clases, lo que significa que podré quedarme todo el día encerrada en casa con un libro entre las manos.
  Casi me he acostumbrado a vivir en este pequeño pueblo, aunque ahora sigo la misma rutina de lunes a viernes. Levantarme. Montarme en el autobús. Sobrevivir al instituto. Volver a casa. Hacer los deberes. Leer. Dormir. Y vuelta a empezar. No es que me queje de que mi vida se haya vuelto aburrida, de hecho no es que antes fuera muy alocada. Por un lado agradezco esta tranquilidad, porque suelo tener las tardes casi enteras libres para leer. Pero por otra parte preferiría tener la cabeza más ocupada para no pensar en mi padre o en Alex. Últimamente rondan en mi cabeza muy a menudo. Quizás sea porque casi estamos en Navidad. En esta época, Alex y yo solíamos salir de compras por las calles de Londres para comprar regalos a nuestros familiares y a nosotras mismas. Nos hacíamos regalos la una a la otra, cada año competíamos para ver cuál era mejor. Nosotras éramos raras, pero éramos raras juntas. Ahora estoy completamente sola. Ella parecía fuerte, pero no lo era. Sonreía cuando estaba destrozada por dentro. No pude hacer nada por ella.
  Me doy la vuelta, apoyo la cabeza en la almohada y miro al techo de mi habitación. Abro los ojos y pestañeo varias veces, obligando a las lágrimas a quedarse donde están. «No fue culpa tuya, no lo fue», me digo a mí misma, y respiro hondo intentando tranquilizarme.
  Al final acabo pensando en mi padre. Pero no en recuerdos sobre él que me deprimen, como llevo haciendo durante semanas, sino en aquellos que me alegran y me sacan una sonrisa. Cierro los ojos y las imágenes pasan en mi mente a la velocidad de la luz. Mi padre y yo colocando la estrella en el árbol de navidad de nuestra casa de Londres, cuando yo tenía once años. Mi padre, Katy y yo montando en trineo un invierno de hace tres años. Toda la familia abriendo los regalos el día de Navidad. Sonrío; ya me siento mejor.
  Salgo de mi habitación con el pijama puesto. Mi madre ha salido a trabajar (tiene un turno los sábados, todo el día), y estoy sola con mi hermana. Sin embargo, cuando entro en la cocina para desayunar, no encuentro a Katy allí. En su lugar, hay una nota pegada a la nevera.
Ari, he salido un rato con Ethan, vuelvo sobre las cinco. Sé que no tengo que decirte nada sobre portarte bien y todo eso, seguramente te quedarás leyendo. Besos, hermanita nada-sociable :)
  Mi hermana está por ahí con su novio universitario. Genial, tengo la casa para mí sola. Aunque me encerraré en mi cuarto exactamente igual que cuando están ellas, al menos sé que no me abrirán la puerta para interrumpirme la lectura. Y podré poner la música al volumen que quiera, porque los vecinos más cercanos no están en casa, y los que están a cien metros de aquí no llegarán a escuchar nada.
  Me preparo una tostada con nutella y un chocolate caliente. La sangre de mis heladas manos se calienta al rozar el tazón. Cuando termino de desayunar, subo a mi habitación.
  Me echo por encima una manta y me siento en el escalón de la ventana. Al mirar por la ventana veo que nuestro jardín está completamente nevado, y los blancos copos siguen cayendo despacio sobre la hierba, el naranjo y los arbustos, que ya no tienen ni una rama verde. El frío que debe hacer fuera casi se siente desde aquí, a pesar de que la calefacción ha calentado el aire de la habitación lo suficiente para que mis pies no estén congelados.
  Saco el libro de la estantería y comienzo a leer.
-Ariana Clairy -dijo entonces el conde Windsor, besándole la mano a la joven, que acababa de entrar en el salón de baile-. Un placer conocerla al fin. Me han dicho que ha viajado usted hasta aquí desde París.
-Así es -respondió Ariana.
-Ha debido de ser una larga travesía -continuó Windsor, y al ver que la joven no le estaba prestando atención, se aclaró la garganta y le preguntó-: ¿Me concede este baile, señorita Clairy?
  Cierro el libro y lo dejo de nuevo en la estantería. Por lo que llevo leído hasta ahora, sé que Ariana es una joven de dieciocho años que nació en Nueva York y se trasladó a París cuando tenía siete años, pero nadie le dijo el por qué. Once años más tarde, alguien había entrado en su casa de París, había asesinado a sus padres y les había robado el dinero. Entonces, Ariana y su prima Hollie, que también vivía en París, decidieron viajar a la antigua vivienda de los Clairy, para investigar el asesinato y averiguar por qué lo habían hecho. Alerta de spoiler: sospecho de este tal Windsor, me da muy mala espina. Pero no quiero seguir leyendo ahora porque lo terminaría, y no quiero acabarlo.
  Al final decido que es hora de música. Rozo mis CDs con los dedos, decidiendo cuál escuchar. Al final escojo Speak Now de Taylor Swift. Lo introduzco en el reproductor y pulso el play. Le doy varias veces al botón de siguiente, y me detengo en la canción número nueve. La guitarra, y Tay comienza a cantar.
There I was again tonight, forcing laughter, faking smiles, same old tired lonely place...
  Antes de que pueda darme cuenta, estoy cantando a grito pelado "I WAS ENCHANTED TO MEEEEEET YOUUUUU" y bailando por toda la habitación. Adoro esta canción, aunque no tenga ningún significado personal para mí, me parece preciosa. Como no se me da bien bailar, más bien estoy haciendo movimientos extraños y mal coordinados, pero no me importa. Nadie puede verme. Puedo motivarme si quiero. 
  Antes de que la canción termine, suena el timbre. No esperaba visita, y el sonido me ha desconcertado. Doy un salto para parar de bailar y me doy con una pata de la mesilla en el dedo meñique del pie. Contengo las ganas de gritar de dolor, paro la música y bajo a ver quién ha venido. Tal vez sea Katy.
  Abro la puerta de casa, aún con expresión de dolor en el rostro. Al otro lado hay un chico con ojos azul verdoso y un liso flequillo pelirrojo sobre la frente. 
  -Hola, Ari -me saluda Matt, con una media sonrisa.
  Desearía haberme vestido antes de haber abierto la puerta. Miro el pijama que llevo puesto, un pantalón de rayas y una camiseta de Snoopy. Después, sin poder evitarlo, vuelvo a mirar a Matt, con los ojos como platos y rubor en las mejillas.
  -¿Qué... qué haces aquí? -le pregunto, tartamudeando.
 -Había venido para hablar del trabajo -responde, y yo sigo mirándolo, avergonzada por mi ridículo pijama-. Y... bueno..., también para proponerte dar un paseo por el pueblo.
  Esto no tiene ningún sentido. Matthew Green ha venido hasta mi casa sólo para que demos un paseo. En el último mes me he dado cuenta de que es uno de los chicos más populares del instituto. También sé que vive bastante lejos de mi casa, y  tiene aspecto de haber venido andando.
  -Entonces... ¿qué me dices de ese paseo?
  -Me... me parece bien. Entra, debes de estar helándote.
  Matt pasa al salón y lo invito a sentarse en el sofá mientras yo subo a cambiarme. Unos minutos más tarde bajo con el pelo cepillado y ya arreglada, si es que a lo que llevo se le puede llamar arreglado. Unos simples pantalones grises y una sudadera ancha y gruesa con mis viejas Converse. A pesar de mi pinta totalmente normal, Matt sonríe y me dice:
  -Estás genial.
  Esto es incómodo, porque no sé qué contestar. Simplemente le sonrío de vuelta, me coloco un gorro de lana, bufanda y guantes, y los dos salimos a la nevada calle del pueblo.

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