miércoles, 25 de diciembre de 2013

Capítulo cuatro.

  El mes de noviembre pasa muy rápido, y pronto estamos en diciembre, mi mes favorito. Hoy, sábado 14, no tenemos clases, lo que significa que podré quedarme todo el día encerrada en casa con un libro entre las manos.
  Casi me he acostumbrado a vivir en este pequeño pueblo, aunque ahora sigo la misma rutina de lunes a viernes. Levantarme. Montarme en el autobús. Sobrevivir al instituto. Volver a casa. Hacer los deberes. Leer. Dormir. Y vuelta a empezar. No es que me queje de que mi vida se haya vuelto aburrida, de hecho no es que antes fuera muy alocada. Por un lado agradezco esta tranquilidad, porque suelo tener las tardes casi enteras libres para leer. Pero por otra parte preferiría tener la cabeza más ocupada para no pensar en mi padre o en Alex. Últimamente rondan en mi cabeza muy a menudo. Quizás sea porque casi estamos en Navidad. En esta época, Alex y yo solíamos salir de compras por las calles de Londres para comprar regalos a nuestros familiares y a nosotras mismas. Nos hacíamos regalos la una a la otra, cada año competíamos para ver cuál era mejor. Nosotras éramos raras, pero éramos raras juntas. Ahora estoy completamente sola. Ella parecía fuerte, pero no lo era. Sonreía cuando estaba destrozada por dentro. No pude hacer nada por ella.
  Me doy la vuelta, apoyo la cabeza en la almohada y miro al techo de mi habitación. Abro los ojos y pestañeo varias veces, obligando a las lágrimas a quedarse donde están. «No fue culpa tuya, no lo fue», me digo a mí misma, y respiro hondo intentando tranquilizarme.
  Al final acabo pensando en mi padre. Pero no en recuerdos sobre él que me deprimen, como llevo haciendo durante semanas, sino en aquellos que me alegran y me sacan una sonrisa. Cierro los ojos y las imágenes pasan en mi mente a la velocidad de la luz. Mi padre y yo colocando la estrella en el árbol de navidad de nuestra casa de Londres, cuando yo tenía once años. Mi padre, Katy y yo montando en trineo un invierno de hace tres años. Toda la familia abriendo los regalos el día de Navidad. Sonrío; ya me siento mejor.
  Salgo de mi habitación con el pijama puesto. Mi madre ha salido a trabajar (tiene un turno los sábados, todo el día), y estoy sola con mi hermana. Sin embargo, cuando entro en la cocina para desayunar, no encuentro a Katy allí. En su lugar, hay una nota pegada a la nevera.
Ari, he salido un rato con Ethan, vuelvo sobre las cinco. Sé que no tengo que decirte nada sobre portarte bien y todo eso, seguramente te quedarás leyendo. Besos, hermanita nada-sociable :)
  Mi hermana está por ahí con su novio universitario. Genial, tengo la casa para mí sola. Aunque me encerraré en mi cuarto exactamente igual que cuando están ellas, al menos sé que no me abrirán la puerta para interrumpirme la lectura. Y podré poner la música al volumen que quiera, porque los vecinos más cercanos no están en casa, y los que están a cien metros de aquí no llegarán a escuchar nada.
  Me preparo una tostada con nutella y un chocolate caliente. La sangre de mis heladas manos se calienta al rozar el tazón. Cuando termino de desayunar, subo a mi habitación.
  Me echo por encima una manta y me siento en el escalón de la ventana. Al mirar por la ventana veo que nuestro jardín está completamente nevado, y los blancos copos siguen cayendo despacio sobre la hierba, el naranjo y los arbustos, que ya no tienen ni una rama verde. El frío que debe hacer fuera casi se siente desde aquí, a pesar de que la calefacción ha calentado el aire de la habitación lo suficiente para que mis pies no estén congelados.
  Saco el libro de la estantería y comienzo a leer.
-Ariana Clairy -dijo entonces el conde Windsor, besándole la mano a la joven, que acababa de entrar en el salón de baile-. Un placer conocerla al fin. Me han dicho que ha viajado usted hasta aquí desde París.
-Así es -respondió Ariana.
-Ha debido de ser una larga travesía -continuó Windsor, y al ver que la joven no le estaba prestando atención, se aclaró la garganta y le preguntó-: ¿Me concede este baile, señorita Clairy?
  Cierro el libro y lo dejo de nuevo en la estantería. Por lo que llevo leído hasta ahora, sé que Ariana es una joven de dieciocho años que nació en Nueva York y se trasladó a París cuando tenía siete años, pero nadie le dijo el por qué. Once años más tarde, alguien había entrado en su casa de París, había asesinado a sus padres y les había robado el dinero. Entonces, Ariana y su prima Hollie, que también vivía en París, decidieron viajar a la antigua vivienda de los Clairy, para investigar el asesinato y averiguar por qué lo habían hecho. Alerta de spoiler: sospecho de este tal Windsor, me da muy mala espina. Pero no quiero seguir leyendo ahora porque lo terminaría, y no quiero acabarlo.
  Al final decido que es hora de música. Rozo mis CDs con los dedos, decidiendo cuál escuchar. Al final escojo Speak Now de Taylor Swift. Lo introduzco en el reproductor y pulso el play. Le doy varias veces al botón de siguiente, y me detengo en la canción número nueve. La guitarra, y Tay comienza a cantar.
There I was again tonight, forcing laughter, faking smiles, same old tired lonely place...
  Antes de que pueda darme cuenta, estoy cantando a grito pelado "I WAS ENCHANTED TO MEEEEEET YOUUUUU" y bailando por toda la habitación. Adoro esta canción, aunque no tenga ningún significado personal para mí, me parece preciosa. Como no se me da bien bailar, más bien estoy haciendo movimientos extraños y mal coordinados, pero no me importa. Nadie puede verme. Puedo motivarme si quiero. 
  Antes de que la canción termine, suena el timbre. No esperaba visita, y el sonido me ha desconcertado. Doy un salto para parar de bailar y me doy con una pata de la mesilla en el dedo meñique del pie. Contengo las ganas de gritar de dolor, paro la música y bajo a ver quién ha venido. Tal vez sea Katy.
  Abro la puerta de casa, aún con expresión de dolor en el rostro. Al otro lado hay un chico con ojos azul verdoso y un liso flequillo pelirrojo sobre la frente. 
  -Hola, Ari -me saluda Matt, con una media sonrisa.
  Desearía haberme vestido antes de haber abierto la puerta. Miro el pijama que llevo puesto, un pantalón de rayas y una camiseta de Snoopy. Después, sin poder evitarlo, vuelvo a mirar a Matt, con los ojos como platos y rubor en las mejillas.
  -¿Qué... qué haces aquí? -le pregunto, tartamudeando.
 -Había venido para hablar del trabajo -responde, y yo sigo mirándolo, avergonzada por mi ridículo pijama-. Y... bueno..., también para proponerte dar un paseo por el pueblo.
  Esto no tiene ningún sentido. Matthew Green ha venido hasta mi casa sólo para que demos un paseo. En el último mes me he dado cuenta de que es uno de los chicos más populares del instituto. También sé que vive bastante lejos de mi casa, y  tiene aspecto de haber venido andando.
  -Entonces... ¿qué me dices de ese paseo?
  -Me... me parece bien. Entra, debes de estar helándote.
  Matt pasa al salón y lo invito a sentarse en el sofá mientras yo subo a cambiarme. Unos minutos más tarde bajo con el pelo cepillado y ya arreglada, si es que a lo que llevo se le puede llamar arreglado. Unos simples pantalones grises y una sudadera ancha y gruesa con mis viejas Converse. A pesar de mi pinta totalmente normal, Matt sonríe y me dice:
  -Estás genial.
  Esto es incómodo, porque no sé qué contestar. Simplemente le sonrío de vuelta, me coloco un gorro de lana, bufanda y guantes, y los dos salimos a la nevada calle del pueblo.

Capítulo tres.

 John y yo subimos las escaleras de vuelta al aula trece, donde recogemos los materiales necesarios para la siguiente clase y bajamos las escaleras hasta el aula de música. A John se le olvidó enseñarme esta clase, por lo que aún no sé dónde está. Menos mal que le tengo a él para poder guiarme entre los retorcidos pasillos del instituto.
  Cuando al fin llegamos al aula, vemos que somos los últimos; todos los demás están ya sentados.
  -Perdone por legar tarde, señorita Stewart -dice John a la profesora.
  -Sentaros -nos responde ella. Es una mujer de aspecto joven, de unos treinta años, con un cabello moreno claro recogido en una coleta alta. Varios mechones de pelo se le salen del peinado, y caen a los lados de su fina cara. Sus ojos son de color azul, mezclado ligeramente con un gris que me recuerda a los ojos de mi madre. Tiene aspecto de ser simpática.
  John y yo nos sentamos en unos asientos que quedan libres, al lado el uno del otro. La señorita Stewart se da cuenta de que soy nueva, me pregunta mi nombre y mi apellido y continúa con su explicación.
  -El mes pasado hicimos ejercicios sobre lectura de pentagramas -dice, con una voz dulce-, así que este mes trabajaremos con los instrumentos y la voz.
  En la clase se escuchan murmullos; la gente comenta lo que acaba de proponer la profesora. Yo pienso que eso se me daría bastante bien, ya que me servirían mis cinco años en una academia de guitarra..., siempre que no nos pongan en grupo.
  -Propongo que nos dividamos en grupos de tres -continúa la señorita Stewart. «Mierda», pienso-. Cada persona tendrá que elegir un instrumento, y a cada grupo se le asignará una partitura para interpretar. Si queréis, para subir nota, podéis incluirle letra, es decir, inventaros una canción.
  No creo que vaya a colaborar si me toca con alguno de estos ignorantes, porque no creo que la señora Stewart nos deje elegir los grupos. Mi teoría acaba siendo cierta:
  -Tendréis que poneros todos de pie -toda la clase se levanta del sitio donde estaban sentados- Yo haré los equipos, cuando os nombre, sentaros en una mesa con vuestro grupo -dice la profesora-. Dave Smith, Megan Blake y Cassie Mason; iréis juntos.
  Dave es el chico rubio de ojos verdes, y Cassie una de las chicas de pelo oscuro que estaban hablando esta mañana. Los tres ocupan su sitio en la clase.
  La profesora sigue nombrando gente. Nichole -la chica que estaba hablando con Cassie-, Mindy -una chica de baja estatura, piel pálida, cabello rubio oscuro y el rostro lleno de pecas. Una punzada de dolor me recorre al verla. Es clavada a Alex...- y Christie -que parece tener diecisiete, y todo el maquillaje que lleva sólo está escondiendo sus ojos marrones-. John, Dylan -que, al parecer, es el hermano gemelo de Mindy- y Austin.
  Sólo quedamos unos seis en la clase, y de ellos sólo reconozco a Matthew, el chico pelirrojo que me recuerda a un Weasley.
  -Ariana Allard, Hiver Fournier y Matthew Green.
  Me dirijo a una de las mesas que quedan libres. En cuanto mis compañeros de grupo se sientan, veo que Hiver es la chica rubia de ojos grises que me recordó a Katy esta mañana. Me fijo más en sus ojos y descubro que no son grises, sino de un azul gélido. Tiene sentido que la llamaran Hiver. Matthew se queda mirando a la mesa sin abrir la boca, pero ella me mira con una sonrisa no muy bien fingida en el rostro y se presenta.
  -Me llamo Hiver Fournier -su acento, además de su nombre, deja claro que es francesa-. Encantada de conocerte, Ariana -me estrecha la mano.
  -Igualmente -mi cara continúa igual de seria que antes de iniciar esta conversación. No me gusta socializar con la gente.
  Mattew por fin levanta la cabeza y me dice:
  -Matthew Green. Puedes llamarme Matt. Y bien, -se dirige también a Hiver- ¿alguna de vosotras sabe tocar un instrumento?
  -Yo toco el piano, y si queréis puedo cantar también. -responde Hiver.
  -¿Y tú, Ariana?
  -La guitarra.
  -Perfecto. Yo puedo tocar cualquier instrumento de percusión -dice Matt.
  Todo arreglado: no tendré que cantar.
  Suena la sirena y nos dirigimos al aula trece para la clase de francés. Yo me paso las dos horas siguientes dibujando, con Matt sentado al lado mía, mirándome. No sé qué ve de interesante en lo que estoy haciendo. Aún así, aunque me estuviera mirando sin interés, me pone nerviosa, hace que sienta un peso encima de mis hombros como si me pesara su mirada.
  Me decido a devolvérsela. Como en Bajo La Misma Estrella, cuando Gus y Hazel se conocieron. Ese libro hace que quiera llorar.
  Ahora no puedo apartar la mirada. Tengo mis ojos clavados en los suyos, que son enormes, de un color verde azulado precioso. Me dedica una sonrisa. Me fijo en su cabello, pelirrojo, que me recuerda al color de una hoja caída de un árbol en otoño. Dios, él es guapo. Lo es. Pero una cosa es que tenga un físico increíble y otra es que yo pueda sentirme mínimamente atraída hacia él. O quizás sí. Estoy confusa. Decido no pensar en eso, porque, viendo cómo me mira Matt, estoy empezando a ruborizarme. Cualquiera diría que está mirando a una exótica mariposa y no a la chica paliducha, deprimida y antisocial que tiene al lado.
  Aparto la mirada y continúo dibujando. El timbre suena, Matt se levanta de su asiento, me sonríe y me dice:
  -Te veo mañana.
  -Claro -respondo.
  Después de esto, él se marcha del aula. Dentro quedan pocas personas, entre ellas John y Megan. Ella y Dave, el chico rubio de ojos verdes, se dirigen hacia mi mesa cuando somos los únicos que quedan en la clase. Él lleva el brazo por encima del hombro de Megan.
  -¿Qué tal, Ari? -me pregunta la pelirroja-. ¿Te ha ido bien el primer día? ¿Has hecho amigos? ¿Qué te han parecido los profesores? ¿Alguien te ha caído mal?
  -Wow, Meg. ¿Qué es esto, un interrogatorio?
  -Calla, Dave -le señala a la puerta-. Y ahora, sal de aquí para que pueda hablar con Ariana a solas.
  -Vaaaaaaale -acto seguido, le da un beso en la mejilla a Meg y sale del aula.
  Le dedico a ella una mirada de «¿pero qué ha sido eso?», y responde, con una sonrisa:
  -Es mi novio. Llevamos juntos un año.
  -Me alegro.
  -Gracias. Y ahora, volvamos a lo que te estaba diciendo. ¿Vas a responder a mis preguntas?
  -Ah, bueno. Sí, me ha ido bien. No he hablado con muchas personas a lo largo del día, tan solo contigo, con John, con Matthew y con Hiver.
  -¿Hiver Fournier?
  -No, que va, la otra Hiver -respondo con un sarcasmo desganado-. Sí, con Fournier. Estamos juntas en el trabajo de música.
  -Cierto. Pues escúchame bien: aunque tengáis que hacer un estúpido trabajo juntas, procura alejarte de ella en las demás horas de clase. Tiene experiencia en arruinar la vida de la gente. Créeme, sé lo que digo.
  -Suena como si te hubiera pasado a ti -quizás no debería haber dicho eso, pero no he podido evitarlo.
  -No suelo hablar de ello -responde rápidamente-, pero sí. Hace cinco años yo era su amiga. En cuanto llegó a ser la más popular, me dejó completamente sola. Oh, pero eso no fue suficiente, y se encargó de difundir por todo el instituto rumores horribles y falsos sobre mí. Nadie quería sentarse conmigo en clase, ni siquiera me dirigían la palabra. Esa imbécil consiguió que me marginaran. Al final la gente se cansó de los rumores de Hiver y siguió a lo suyo, pero la perdí para siempre. No creas que yo quería volver a ser su amiga. Es más; mi mayor sueño es tirarle una enorme bola de nieve a su falsa cara maquillada y decirle -Meg pone cara de niña inocente- «ups, Hiver, ha sido un accidente». Sería algo irónico, teniendo en cuenta el significado de su estúpido nombre francés.
  Tras un largo silencio, le digo:
  -Si algún día llegas a hacer eso, procura avisarme para que pueda verlo.
  Ella sonríe complacida por lo que acabo de decir.
  -Ah, y sobre John. No me negarás que entre vosotros ha saltado chispas desde el primer momento.
 -¿Qué? -respondo sorprendida- ¿John y yo? Bueno, tenemos la misma personalidad, y él es encantador... Pero de ahí a eso...
  -Oh, vamos. He visto cómo te mira.
  Pienso en los ojos azul mar de John mirándome fijamente. No he notado nada en ellos, a pesar de lo que diga Megan. Puede que estuviera demasiado concentrada en intentar ser amable, porque mi verdadero carácter es algo borde, y no quiero que John sepa que soy así. Me da igual ser borde con las demás personas, pero con él todo es diferente.
  -No creo que le guste. Tengo razones para pensarlo -Meg arquea una ceja, así que yo le explico-: Uno, no me conoce lo suficiente; y dos, ¿tú me has visto?
  Me observo a mí misma. El jersey que llevo puesto me tapa desde el cuello hasta por debajo de la cintura, y su anchura tapa cualquier forma que pueda tener mi cuerpo. Los jeans vaqueros están desgastados hasta tal punto que tienen alguna que otra rotura en la rodilla.
  -Vale, tienes que mejorar un poco tu aspecto -pongo los ojos en blanco, no pienso cambiar de look ni nada por el estilo-. Pero estoy segura de que lo que John siente por ti es especial.
  -Lo que tú digas. ¿Podemos irnos ya al autobús? Dave lleva esperando en la puerta un rato.
  -Okay.
  Las dos andamos hacia el exterior de la clase y allí nos encontramos con Dave. Él vuelve a echar su brazo por encima del hombro de Meg y caminan juntos por los pasillos del instituto, hacia la salida. Yo los sigo unos metros por detrás, ya que no me gusta estar al lado de parejas empalagosas. No sé si Meg y Dave son así, pero, por si acaso, me niego a presenciar una escenita que contenga las palabras «cariñito», «pastelito» o cualquiera que se le parezca. Esas cursiladas hacen que me entren arcadas.
  Llego a la salida del instituto y subo al autobús. Meg se despide de mí, y ella y Dave entran en el coche del hermano de este último. Yo subo al autobús sola, esperando encontrar un asiento vacío sin nadie al lado. No tengo esa suerte: todos los asientos vacíos tienen a alguien al lado.
  -¡Ariana! -me llama alguien de repente.
  Me doy la vuelta y veo que me están mirando unos enormes ojos azul verdoso casi tapados por un flequillo pelirrojo. Matt y su pandilla, que están en los últimos asientos del autobús, quieren que me siente con ellos. Por alguna razón, creo que eso sería algo incómodo.
  No veo ninguna otra opción, pero cuando me dispongo a sentarme, noto la mano de alguien tocándome el brazo. Me vuelvo y veo a John sonriendo abiertamente. Me siento a su lado, sintiéndome completamente aliviada por haberme librado de sentarme con Matthew.
  -Gracias -le digo, y mi voz es casi un susurro.
  -No las des. No parecía que quisieses sentarte con esos tíos.
  -No me apetecía mucho -respondo.
  Él vuelve a sonreír y yo cambio de tema.
  -Por cierto, antes en clase se me olvidó preguntarte: ¿qué libro estás leyendo?
  -Oh, la verdad es que no estoy leyendo ninguno. He leído más de una vez cada uno de los libros que hay en mi casa, y no suelo tener tiempo de ir a comprar nuevos. Alguna que otra vez me paso por el mercadillo de los domingos, pero no encuentro ningún título interesante.
  -¿Has leído Los Juegos del Hambre?
  -Por supuesto. La trilogía entera cuatro veces.
  -Wow. Yo sólo la he leído dos veces. ¿Cuál es tu libro favorito de los tres?
  -Supongo que En Llamas. Por el Vasallaje y todo eso.
  -¡El mío también es En Llamas! Creo que tiene más acción que los demás, me encanta el Vasallaje, y además sale Finnick.
  -Por supuesto. -pone los ojos en blanco-. A todas os gusta Finnick.
  John consigue que sonría una vez más. Entonces me doy cuenta de que hemos llegado a la parada de mi casa, recojo mi mochila y le digo:
  -Nos vemos mañana.
  -Hasta mañana -me responde sonriendo.
  Aunque parezca algo estúpido, salgo del autobús llena de felicidad.


  -¿Qué tal el primer día? -me pregunta mi madre en la cena.
  -Bien -digo, secamente, cuando en realidad estoy pensando «aún nadie me ha insultado. Aún».
  Después de cenar simplemente me levanto y, antes de irme a mi habitación, digo:
  -Hasta mañana.
  Subo las escaleras y entro en mi cuarto. Me quito las zapatillas y me desplomo en la cama, incapaz de concentrarme en leer.
Tumbada boca arriba, pienso en todo lo que me ha pasado hoy. Conocer a Meg, la chica maja que podría ser mi amiga. A John, con mar que son sus ojos, y su gusto por la lectura idéntico al mío. A Matthew. A Dave. Y todos los demás chicos del aula 13. Y de repente recuerdo a aquella chica..., creo que se llamaba Mindy. Oh, era tan parecida a Alex... Su recuerdo me envuelve por completo. Su cabello claro y rizado cayendo por su fina y pálida cara llena de pecas. Su personalidad, por un lado divertida y amigable, y por otro débil, frágil y con baja autoestima. Aquello acabó con ella. Recuerdo cuando vi las primeras marcas en sus muñecas... Intenté evitarlo, intenté que se quisiera más a sí misma, pero nada de eso funcionó. No se quería a sí misma, y eso sumado a los insultos y críticas de las superficiales chicas de la clase no tuvieron un buen resultado. El dolor me recorre y me inunda el pecho, y esta vez, me permito llorar todo lo que puedo, hasta que me quedo dormida.

Capítulo dos.

  John vuelve a su sitio después de una breve conversación, ya que la profesora ha entrado en clase. Estoy casi segura de que, si fuera por él, se habría quedado charlando durante más tiempo. Al parecer, nadie aquí se interesa por los libros, son el tipo de mundanos ignorantes que dicen «¿para qué leer, si está la película?» y él era el único lector de este curso hasta que he llegado yo.
  La profesora de Ciencias, que al parecer es sólo sustituta y es nueva aquí, escribe su nombre en la pizarra con una letra casi ilegible, y yo creo leer Sra. Jefferson. Es una mujer de unos cuarenta años, con unos ojos completamente oscuros que combinan con su pelo, negro como el carbón. Su voz es tan aguda que casi me cuesta comprender lo que está diciendo. Me recuerda a la voz de un duendecito..., sin ofender a los duendes.
  Por suerte, como es nueva, no sabe que yo también lo soy, así que me ahorro mi presentación ante la clase. No me hace falta que me saquen a la pizarra para decirles a todos cómo se llama la chica nueva y pringada a la que insultarán durante todo el curso.
  Creo que está explicando algo sobre las partes de una célula vegetal, pero la verdad es que no estoy atendiendo, sino que me estoy dedicando a dibujar las Reliquias de la Muerte en la parte de atrás de mi cuaderno, mientras en mi cabeza suena una y otra vez Sparks Fly de Taylor Swift. De vez en cuando capto una o dos palabras de lo que dice la señora Jefferson con su voz chillona, pero mi mente en seguida desconecta de nuevo y me vuelvo a perder en mis pensamientos.
 Ya son las nueve menos diez, y la clase está a punto de finalizar. Miro mi horario y veo que ahora tenemos Matemáticas. «Genial -pienso-. Otra hora de dibujar».
  Toca el estruendoso timbre que marca el final de la clase de Ciencias. Ahora tendremos un “descanso” de unos cinco minutos, por el cambio de clase, hasta que el profesor entre en el aula.
  Recojo el libro que me ha dado la profesora, que no he mirado en toda la clase, y lo meto en mi mochila medio vacía. Observo con asombro que el chico de los ojos azules se está levantando de su asiento y se dispone a cruzar la clase hasta la esquina en la que me encuentro yo. Por suerte, me fijo en que hay otros compañeros a mi alrededor; irá a hablar con uno de ellos. Sin embargo, tengo la extraña sensación de que pensando eso me engaño a mí misma, y veo que no me equivoco. El chico..., John, acaba de llegar de nuevo a mi mesa. «Oh, no», pienso, porque seguro que vuelvo a quedarme mirándole como una imbécil sin enterarme de nada de lo que me dice. Decido no mirar a sus ojos.
   -Hola... -tarda un momento en acordarse de mi nombre-, Ariana.
   No puedo quedarme mirando a la mesa mientras él me habla, le voy a parecer una borde y maleducada. Alzo la vista, pero no consigo que ninguna sonrisa aparezca en mi cara esta vez.
   -Hola de nuevo, John -digo, esforzándome por parecer simpática.
   -¿Sabes?, te he visto dibujando antes. Da la impresión de que no te gustan las Ciencias.
   Estoy a punto de contestarle algo como «¿acaso te interesa?», cuando suena de nuevo esa vocecita en mi cabeza que me obliga a ser amable con él.
   -La verdad es que no. Además, con la voz que tiene la señora Jefferson no hay quien se entere de lo que dice.
   Y se ríe. Creo que es la primera vez, en todos mis años de instituto, que hago reír a un chico. Hay algo en John que me hace pensar que es diferente de los demás, algo como yo. Quizás sólo sea su gusto por la lectura, pero creo que hay más que eso.
   -Por curiosidad -continúa él-, ¿qué libro estás leyendo ahora?
  -El viaje de Ariana -respondo-. La verdad es que no sé quién es su autor, lo compré en el mercadillo de libros del pueblo.
  -Ah, los libros de segunda mano. Muchas veces he tenido que recurrir a ellos porque no tenía dinero para comprar libros nuevos. ¿De qué trata?
  -Bueno, por ahora sé que es un libro antiguo, que su historia está situada en la época victoriana, y que la protagonista se llama como yo. Creo que es una novela romántica, pero aún no he leído lo suficiente.
   -Por tus dibujos, veo que te gusta el género de fantasía -alza uno de los papeles en los que he estado garabateando, y observa mi esmerado dibujo de las Reliquias de la Muerte.
  -Sí -respondo secamente.
  -Cuando tenía diez años empecé a leer la saga de Harry Potter -comienza a contarme-. Solía creer que algún día, una lechuza entraría por mi ventana, y en su pico traería mi carta de admisión en Hogwarts. También me imaginaba que mi casa sería Gryffindor.
   Sé a lo que se refiere. Yo tenía once años cuando leí Harry Potter y la Piedra Filosofal. Once años, la edad en la que tu carta de Hogwarts debería llegarte. Yo creía que algún día me convertiría en una pequeña maga de Gryffindor. Claro que entonces sólo era una niña inocente enamorada de un mundo ficticio. Sin embargo, todo me parecía tan real... Además, vivía en Londres, la ciudad de Harry. Recuerdo cuando viajaba en metro y pasaba por la estación Kings Cross, solía pensar si lograría atravesar el muro de entre los andenes nueve y diez para tomar el Expreso de Hogwarts. Son sueños que aún, a mis quince años, sigo teniendo, solo que ahora soy consciente de la cruel y triste realidad: nunca iré a Hogwarts.
   Todo lo que le digo a John es:
   -Me pasaba lo mismo.
  Él me mira con sus ojos del color del mar y me dedica una amplia sonrisa. Está a punto de decir algo cuando un hombre anciano, canoso, y algo rellenito entra en el aula. Debe de ser el profesor de matemáticas.
   -Debo volver a mi sitio.
   John me sonríe de nuevo y se va a su mesa dando grandes zancadas, para que al profesor no le de tiempo a ver que está de pie.
   Por desgracia, este profesor no es nuevo, así que se da cuenta de que mi cara no le suena mucho.
   -Usted debe de ser la nueva -dice, mirándome fijamente. De repente, todas las caras de la clase se vuelven y clavan sus ojos en mí, observándome con atención. Noto el peso de sus miradas, y empiezo a ponerme nerviosa.
   -Sí -respondo al profesor.
   -Bien, señorita... -sus ojos se dirigen hacia lista de alumnos, y la examina hasta llegar a mi nombre- Allard. ¿Le importaría contar a la clase de dónde viene y la razón de su cambio de instituto?
   -Soy de Londres -digo con un tono neutro. Decido mentir en lo siguiente, ya que no quiero llorar delante de todos estos desconocidos-. Nos mudamos porque... Porque trasladaron a mi madre en su trabajo.
   Por mi tono, no he sonado muy convencida, pero los estúpidos de la clase se lo tragan. Menos John. Él me está mirando como si dijera «sé que estás mintiendo». El hecho de que lo haya notado no me sorprende.
  -Bien -dice el profesor con su voz grave-. Yo soy el señor Clark, y seré tu profesor de matemáticas durante este cur...
   Entonces alguien llama a la puerta, interrumpiendo al señor Clark. Él se dirige a la entrada del aula y deja pasar a un alumno.
   -Siento llegar tarde -dice el chico que acaba de entrar, aunque por su tono no parece sentirlo.
   Es más alto que el profesor, por lo menos en cinco centímetros. Su cabello pelirrojo le cubre la frente, casi escondiendo sus enormes ojos, que no puedo distinguir si son verdes o azules. No puedo evitar que su apariencia me recuerde a un Weasley, y se me escapa una pequeña sonrisa. Él, que al parecer me ha visto, me devuelve la sonrisa, aunque estoy segura de que no sabe por qué le he sonreído. Aún así, no he podido evitar sorprenderme; me ha mirado de manera amable, no como mira al resto de la clase, con una mirada fría, como si fuera mejor que ellos.
   El chico, que al parecer se llama Matthew, se sienta en una mesa libre que hay al lado mía. Siento el peso de su mirada, sé que me está observando, pero yo sigo a lo mío, y miro al profesor a la espera de que me diga algo más. Como no lo hace, me dedico de nuevo a dibujar y a pensar.
   De repente se me ocurre que Matthew debe de haber alejado su mirada de mí, al ver que no hago nada interesante, y siento un inexplicable impulso de ver a qué se está dedicando durante la clase. Pero al instante me arrepiento de haber seguido este impulso, porque sus ojos verde azulado seguían clavados en mí. Me sonríe, pero yo aparto la mirada al instante, y creo que he puesto cara de asombro. No sé por qué me está mirando aún, no soy especial, tan sólo soy la nueva..., la nueva, una novedad para él. En seguida se acostumbrará a mí y me tratará igual que al resto de la clase.
   Las dos horas siguientes pasan despacio. Cuando vuelvo a oír el estruendoso timbre, esta vez para el recreo, siento peso sobre los hombros. No quiero que en el recreo la gente se dedique a hacerme preguntas sobre mí y a ser simpáticos conmigo. Me niego a eso, en parte porque sé que jamás podré ser simpática con esa gente aunque me esfuerce. Las únicas personas que me han causado buena impresión han sido Meg y John.
   Veo a Meg, que está sentada unas filas más adelante que yo. Está sacando su desayuno y recogiendo los libros.
   -¡Hola! -me saluda cuando ve que la estoy observando-. ¿Qué tal tus primeras horas en el Phoenix?
   -Bien, supongo -le respondo.
   -Me alegro -sonríe ampliamente-. Voy a tener que irme, tengo que buscar a mi hermano. ¡Nos vemos luego!
  Meg se va, y creo que estaré sola durante el recreo hasta que oigo una voz a mi espalda y me doy la vuelta.
   -Hola -dice John-. Te veo un poco sola, ¿quieres que te acompañe? Ya de paso puedo enseñarte el instituto.
   -Claro -le respondo. Interiormente, estoy sonriendo en este mismo instante, pero no quiero que él se de cuenta.
   Primero visitamos el aula de dibujo, en la que hay caballetes y machas de pintura por todas partes. Después, John me lleva hasta el laboratorio de ciencias, en el que próximamente tendremos que diseccionar ranas y otras asquerosidades. Cruzamos los pasillos hasta llegar a una puerta que da al invernadero, lleno de hermosas plantas y flores de colores. Me recuerda al de Hogwarts, solo que en este seguro que no hay mandrágoras.
   Finalmente, John me guía hasta el patio, que está en frente de los edificios. Allí nos sentamos en un escalón alejado de las demás personas.
   -Quería preguntarte algo -me dice él.
   -¿Sí? -le pregunto, aunque creo que ya sé lo que me va a preguntar.
   -Antes, en clase de matemáticas. Dijiste que te habías mudado por un traslado de tu madre en su trabajo, pero algo me hace pensar que esa no es la verdadera razón.
   -Estás en lo cierto -le digo. Algo me hace confiar en él tanto como para contarle la verdad acerca de eso-. Nos mudamos por... Por la muerte de mi padre.
   -Oh -me pone una mano en el hombro. Normalmente la abría apartado, y no entiendo qué me lleva a no apartarle a él-. Lo siento mucho. Ahora entiendo por qué has mentido.
   Pestañeo muchas veces, esforzándome por mantener las lágrimas donde están, y que no salgan de mis ojos.
   -¿Sabes, Ariana? -me dice John-. Creo que eres como un libro. Un libro cerrado que se niega a que la gente lo lea. Pero yo tengo la esperanza de que conmigo puedas llegar a ser un poco más abierta, porque, aunque te conozco poco, pienso que escondes dentro de ti a una gran persona.
  Él me sonríe, y creo que lleva toda la razón del mundo. Esta vez, yo también sonrío, mirando a sus preciosos ojos azules.

Capítulo uno.

  Camino lo más rápido que puedo entre la multitud, con la vista clavada en el sitio hacia donde me dirijo. Según me ha dicho mi madre, cada primer domingo del mes hay un mercadillo de libros viejos en la calle siguiente a la que estoy ahora mismo. Los libros usados que ya nadie lee, que estarían abandonados en una estantería. A mí no me importa de donde vengan, sino la historia que me transmitan. Da igual lo viejos y estropeados que estén, siempre que se puedan leer. 
  Mi padre me enseñó que la lectura te permite conocer miles de lugares e historias maravillosas sin moverte del sitio en el que estés. Al recordarle noto una punzada de dolor en el estómago, y siento como una lágrima resbala lentamente por mi mejilla. Mi padre, que ahora está bajo tierra, y no precisamente porque sea minero. Aquel accidente que tuvo hace cuatro meses acabó con su vida y con toda la alegría que él traía a nuestra familia. Después de aquello, mi madre decidió que no quería seguir viviendo en Londres, esa ciudad le recordaba demasiado a él. Entonces decidió que nos mudaríamos a cualquier pueblo, siempre que estuviera bien alejado de la ciudad. Hace poco encontró una casa disponible en este lugar, y hoy nos hemos trasladado. Llevo en este sitio desde esta mañana y ya hecho de menos mi hogar.
  Cuando doblo la esquina, veo todas las tiendas del mercadillo. En todas hay cajas, estanterías o mesas repletas de libros. Empiezo a andar más detenidamente para observar mejor. Por fin encuentro un libro que me llama la atención. Su encuadernación es antigua, y de un color rosa pálido. Lo tomo entre mis manos y miro el autor... No, no pone el nombre de ningún autor, eso es extraño. El título; "El viaje de Ariana" hace que tenga más curiosidad aún por leerlo, ya que mi nombre está incluido en él, y al leer la contraportada me decido a llevármelo. Pago al encargado de la tienda y vuelvo sobre mis pasos intentando no perderme por los retorcidos callejones de este lugar.
  Al final, y no con mucha dificultad, llego a la que será mi casa desde hoy. No es muy grande ni muy pequeña, tiene dos pisos, un desván, y un jardín que se encuentra en la parte trasera. Abro la puerta, entro en el salón y veo a mi madre. Es alta y pelirroja, y en este momento lleva una camiseta antigua con el logotipo de Hard Rock Café, una rebeca larga de lana, jeans desgastados y botas de invierno. Aunque aún estemos en noviembre, aquí siempre hace frío y humedad, lo que nos obliga a vestirnos como si estuviéramos en pleno diciembre. Mi madre está colocando nuestras cosas en el salón, que tiene ya bastantes muebles; una mesa de comedor con sillas de madera, un sofá con otra mesa -más pequeña- delante, una gran estantería -ahí podré poner los libros que no me quepan en la habitación- y una televisión que está puesta en la pared.
  - Hola, cariño -me saluda, con una sonrisa. Debajo de sus ojos grises hay todavía ojeras, seguramente por todo lo que le ha llorado y aún le llora a la muerte de mi padre-. ¿Qué tal tu primer paseo por el pueblo?
  - Bien, supongo -le respondo, y alzo El viaje de Ariana como argumento de lo bien que me ha ido-. Mira, libro nuevo.
  Mi madre lo sostiene entre sus finas manos y lee el título con su voz dulce.
  - El viaje de Ariana -después, se fija en lo mismo que he notado yo-: Vaya..., no tiene autor.
  - Supongo que será porque es muy antiguo y está desgastado -le digo, encogiéndome de hombros, como si le quitara importancia- ¿Dónde está Katy?
  - Tu hermana está en su cuarto, sacando las cosas de las cajas y colocándolas. ¿Sabes?, tú deberías ponerte con lo mismo -me dice, y señala con la cabeza unas pocas de cajas que hay encima de la mesa, todas con mi nombre.
  - Ya voy. ¿Cuál es...?
  - Sube las escaleras, tercera puerta a la izquierda -me interrumpe.
  - Gracias -respondo.
  Salgo del salón sosteniendo una enorme caja entre las dos manos. Por las escaleras, lo único en lo que pienso es en donde pongo los pies, porque no me gustaría tirar esto al suelo. Consigo llegar a mi habitación con la caja sana y salva. Abro la puerta y lo primero en lo que me fijo es en las paredes blancas..., no, no son blancas. Al fijarme mejor me doy cuenta de que tienen un tono beige casi imperceptible. Deposito la caja en la cama, que está situada justo al lado de la ventana. Cuando miro a través de ella, veo que da al jardín. Al lado de mi cama hay una pequeña mesilla de noche, por encima de ella, pequeñas estanterías vacías, y en la pared de en frente, hay una más grande. Al lado de la estantería grande, hay una mesa y una silla, que deduzco que serán para estudiar. Junto a la mesa hay un gran armario. La habitación está demasiado ordenada y vacía para mi gusto; debo darle un toque de mi estilo personal.
  Bajo al salón a por las otras cajas, y cuando por fin las tengo todas en mi cuarto, voy sacando mis trastos y colocándolos. Le pongo mantas a la cama y unos cuantos cojines encima de la almohada. Coloco mis libros con cuidado sobre las estanterías. Pongo mis pósteres en las paredes, y un gran mapamundi antiguo en la pared de al lado de la cama. Saco el equipo de música y lo dejo encima de la mesa de estudio. Coloco la ropa bien ordenada en el armario. Mi guitarra la dejo en una esquina de la habitación, apoyada contra la pared. Todo va teniendo pareciendo más mío, y así me costará menos acostumbrarme a estar aquí. Entonces oigo a mi madre gritando desde abajo:
  - ¡A cenar!
  El tiempo se me ha pasado extrañamente rápido. Vuelvo a mirar por la ventana y veo que ya ha oscurecido, y el reloj de mi iPhone marca casi las ocho. Antes de bajar, me pongo mi pijama de invierno y unas zapatillas calentitas. Siempre cenamos con el pijama ya puesto.
  Me siento en la mesa del comedor, que está ya puesta. Mi madre no ha preparado nada especial, ha pedido una pizza. No se le da muy bien la cocina. Se escuchan pasos bajando las escaleras y entra mi hermana corriendo, saca una silla y se sienta con nosotras. Lleva su pelo rubio recogido en una trenza de espigas que le llega por debajo de los hombros. Me mira con los mismos ojos grises que tiene mi madre y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. A saber qué ha estado haciendo en lo poco que llevamos aquí.
  - Katy, hoy casi no te he visto -le dice mi madre, y yo asiento para opinar lo mismo.
  - Oh, bueno -dice ella, con una mueca tonta en la cara-. Esta mañana he estado por ahí, dándome una vuelta por el pueblo. He visto a mis futuros compañeros de Universidad -termina de explicar, y pone una cara que, al verla, cualquiera diría que se hubiera encontrado a un famoso
  - Muy interesante -dice mi madre, sarcástica, y pone los ojos en blanco.
  Katy siempre está tonteando con chicos, pero claro, ella es rubia, alta y guapa, y los chicos suelen ir detrás de ella. Otras, en cambio, no tenemos esa suerte. Ella ha heredado los bellos y misteriosos ojos grises de mi madre, los míos no tienen nada de especial. Son de un tono azul tan oscuro que a simple vista parece negro. Y mi cabello, al contrario que el suyo, es castaño.
  En cuanto termino de cenar, les doy las buenas noches a las dos y subo a mi habitación. El reloj marca las nueve. Es muy pronto, así que decido quedarme leyendo durante unas horas. Saco mi libro nuevo, El viaje de Ariana, y comienzo mi lectura. A medida que el libro avanza, me voy sumergiendo más en la historia, las descripciones de los personajes. Mis párpados se van cerrando poco a poco, hasta que llega un momento en el que no me dejan ver las palabras de las páginas.



  Empieza a sonar un molesto pitido y me veo obligada a abrir los ojos. Es la alarma de mi móvil, la había activado para no llegar tarde a clase. No me puedo permitir empezar así mi estancia en mi nuevo instituto, Phoenix High School. Me gusta el nombre, me recuerda a uno de mis libros favoritos, Harry Potter y la Orden del Fénix. Cuando levanto la cara de la almohada veo que tenía la mejilla puesta sobre una de las páginas de mi libro; debí quedarme dormida encima de él anoche. Me levanto de la cama, pero antes de ponerme en pie tengo que estirarme y frotarme los ojos. Aún así, cuando me dirijo a la cocina sigo andando como un zombie.
  - Buenos días, mami -le digo a mi madre, que está preparando el desayuno. Tortitas con mantequilla, mi favorito.
  - ¿Cómo has dormido hoy?
  - Bien -respondo mientras bostezo-. ¿Y Katy?
  - Sus clases empiezan a las siete y media, se ha ido antes porque el autobús tarda unos treinta minutos.
  Miro el reloj. Son las siete y dos minutos. Debe de haberse ido hace poco.
  - ¿A qué hora entro yo? -le pregunto a mi madre.
  - A las ocho en punto.
  Me termino el desayuno y subo corriendo a mi habitación.
  Abro el armario y escojo una ropa sencilla, una camiseta a rayas de manga larga, unos jeans vaqueros, un jersey de lana que me queda bastante ancho y unas botas que por dentro tienen piel de borrego falsa, son muy cómodas y además mis favoritas. En mi anterior instituto, que era privado, teníamos que llevar uniforme. Al menos, eso me servía para que la gente no viera lo mal que visto normalmente. Entro el baño que tengo para mí sola, que está junto a mi cuarto. Me lavo la cara. Les doy a mis uñas otra capa de esmalte negro. No suelo maquillarme, y menos para el instituto. Cumplí los quince años hace muy poco, y estoy en décimo grado*. Casi todas las chicas de mi antigua clase se maquillaban, pero también eran casi todas unas falsas y horribles personas. Solían meterse conmigo por mi aspecto. Uñas pintadas de negro y ni un gramo de maquillaje, esa era y sigue siendo mi apariencia. La verdad es que nunca me he preocupado mucho por cómo me ven las demás personas. Pero otra razón por la que me insultaban era mi afición por la lectura, mis buenas notas y mi escasa vida social. Digamos que, en mi antiguo instituto, no tenía muchas amigas, pero yo no creo que me hicieran falta, y tampoco creo que eso vaya a cambiar ahora.
  Preparo mi mochila con unos cuantos cuadernos, mi libro para leer en el descanso, mi estuche y una agenda por si tengo que apuntar algo, le doy un beso a mi madre y subo en el autobús que me llevará al instituto. Bolas de papel arrugado, trozos de goma y otros objetos me sobrevuelan la cabeza en cuanto me dirijo a un asiento, pero el conductor no parece inmutarse. Encuentro dos asientos vacíos, y decido sentarme en el lado de la ventanilla con la esperanza de que nadie me hable. Pero pronto veo que no he tenido esa suerte. Cuando el autobús empieza a andar, me vuelvo hacia el asiento que está al lado mía y veo a una chica con el cabello pelirrojo oscuro, un color que casi parece castaño. Me mira con unos ojos marrón verdoso y me sonríe. Tiene una estatura, por lo que puedo observar, parecida a la mía, debe estar en mi curso. Yo le devuelvo la sonrisa por educación, y entonces ella me habla.
  - Hola -tiene una voz dulce, con un acento un poco irlandés-. No te había visto nunca antes por aquí.
  - Soy nueva -digo, y mi voz quizás suene demasiado tímida o demasiado borde.
  - Oh -dice la chica, ampliando su sonrisa y tendiéndome la mano-. Pues en ese caso, yo soy Megan, pero todos me llaman Meg.
  Le estrecho la mano. Su piel está muy fría y pálida.
  - Yo soy Ariana -mi voz vuelve a sonar igual, con el mismo tono de antes, y me digo a mí misma que debo practicar cómo hablar con la gente sin parecer borde. Aunque, quizás, el problema es que sí soy un poco borde.
  - Ariana -repite ella en voz alta-. Me gusta tu nombre.
  Después de decir esto, se vuelve en su asiento y mira para otro lado durante el resto del camino. Megan me ha causado una buena impresión. Es simpática, y al menos no me presiona para que le hable todo el rato. Puede que, después de todo, este curso no vuelva a ser la marginada.
  El autobús para en la puerta principal del instituto. Miro por la ventana y veo el edificio en el que estudiaré a partir de ahora. No es muy grande, tan solo dos edificios de ladrillo con unas tres plantas cada uno. Soy la última en bajar del autobús, y también observo que soy la única que va sola. Todos los demás van en grupos, charlando sobre temas que no me interesa escuchar. Como aquí dejan traer el móvil por si hay alguna emergencia, lo he traído, seguido de mis inseparables auriculares. Los conecto al iPhone y pulso el play de la música. Comienza a sonar It's Time, mi canción favorita de Imagine Dragons. Podré escucharla hasta llegar a mi clase, y como no tengo nadie con quien hablar, dejaré que la música sea quien me acompañe.
  Entro al edificio y pregunto a una profesora cuál es el aula de décimo. Ella me señala una pequeña puerta con un número 13, yo le doy las gracias y me dirijo hacia allí. En la clase ya hay varias personas, aunque aún es pronto, y entre ellas reconozco a la pelirroja que se ha sentado conmigo en el autobús. Parece que Megan y yo vamos a ser compañeras. También veo a un chico de pelo dorado, ojos verdes y alto; dos chicas que están hablando, las dos con el mismo pelo color negro oscuro que les cae por la espalda similar a una cascada; una chica rubia de ojos grises, que me recuerda a Katy; y un chico..., un chico que está sentado sólo en la esquina de la clase, y sostiene algo entre sus manos. Me fijo y veo que es un libro. No alcanzo a ver el título, pero la manera en la que está abstraído del mundo, centrado en la historia, me recuerda a mí cuando leo. Sus ojos color azul, que me recuerdan al cielo los días en los que está despejado, reflejan todo su interés por lo que está leyendo. Su cabello es moreno, de un color parecido al mío, pero no puedo evitar fijarme que en él, ese tono se ve mejor. Lo lleva despeinado, y eso le da un aire... No sé cómo decirlo, es algo así como rebelde. Debo admitir que es guapo.
  Entonces, él cierra el libro, levanta la mirada y se fija en que lo estoy observando. Sus ojos azules se fijan en los míos, me sonríe y no puedo evitar apartar la mirada, aunque no sin antes devolverle la sonrisa. Aún quedan cinco minutos para que empiece la clase. Sigo con la cabeza agachada, de repente oigo unos pasos que se dirigen hacia mí, y el sonido de un libro posándose en la mesa en la que estoy sentada.
  - Hola -dice una voz que desconozco, pero que suena como si tuviera confianza conmigo-. Tú debes ser la nueva -alzo la mirada y me encuentro con unos ojos azules a los que sólo podrían igualar los de Percy Jackson-. Soy John -me dice el chico al que he estado observando antes.
  - Yo soy... -¿por qué me cuesta trabajo recordar mi propio nombre?- Soy... Ariana -consigo decir finalmente.
  Él se limita a mirarme y a dedicarme una amplia sonrisa.