miércoles, 25 de diciembre de 2013

Capítulo uno.

  Camino lo más rápido que puedo entre la multitud, con la vista clavada en el sitio hacia donde me dirijo. Según me ha dicho mi madre, cada primer domingo del mes hay un mercadillo de libros viejos en la calle siguiente a la que estoy ahora mismo. Los libros usados que ya nadie lee, que estarían abandonados en una estantería. A mí no me importa de donde vengan, sino la historia que me transmitan. Da igual lo viejos y estropeados que estén, siempre que se puedan leer. 
  Mi padre me enseñó que la lectura te permite conocer miles de lugares e historias maravillosas sin moverte del sitio en el que estés. Al recordarle noto una punzada de dolor en el estómago, y siento como una lágrima resbala lentamente por mi mejilla. Mi padre, que ahora está bajo tierra, y no precisamente porque sea minero. Aquel accidente que tuvo hace cuatro meses acabó con su vida y con toda la alegría que él traía a nuestra familia. Después de aquello, mi madre decidió que no quería seguir viviendo en Londres, esa ciudad le recordaba demasiado a él. Entonces decidió que nos mudaríamos a cualquier pueblo, siempre que estuviera bien alejado de la ciudad. Hace poco encontró una casa disponible en este lugar, y hoy nos hemos trasladado. Llevo en este sitio desde esta mañana y ya hecho de menos mi hogar.
  Cuando doblo la esquina, veo todas las tiendas del mercadillo. En todas hay cajas, estanterías o mesas repletas de libros. Empiezo a andar más detenidamente para observar mejor. Por fin encuentro un libro que me llama la atención. Su encuadernación es antigua, y de un color rosa pálido. Lo tomo entre mis manos y miro el autor... No, no pone el nombre de ningún autor, eso es extraño. El título; "El viaje de Ariana" hace que tenga más curiosidad aún por leerlo, ya que mi nombre está incluido en él, y al leer la contraportada me decido a llevármelo. Pago al encargado de la tienda y vuelvo sobre mis pasos intentando no perderme por los retorcidos callejones de este lugar.
  Al final, y no con mucha dificultad, llego a la que será mi casa desde hoy. No es muy grande ni muy pequeña, tiene dos pisos, un desván, y un jardín que se encuentra en la parte trasera. Abro la puerta, entro en el salón y veo a mi madre. Es alta y pelirroja, y en este momento lleva una camiseta antigua con el logotipo de Hard Rock Café, una rebeca larga de lana, jeans desgastados y botas de invierno. Aunque aún estemos en noviembre, aquí siempre hace frío y humedad, lo que nos obliga a vestirnos como si estuviéramos en pleno diciembre. Mi madre está colocando nuestras cosas en el salón, que tiene ya bastantes muebles; una mesa de comedor con sillas de madera, un sofá con otra mesa -más pequeña- delante, una gran estantería -ahí podré poner los libros que no me quepan en la habitación- y una televisión que está puesta en la pared.
  - Hola, cariño -me saluda, con una sonrisa. Debajo de sus ojos grises hay todavía ojeras, seguramente por todo lo que le ha llorado y aún le llora a la muerte de mi padre-. ¿Qué tal tu primer paseo por el pueblo?
  - Bien, supongo -le respondo, y alzo El viaje de Ariana como argumento de lo bien que me ha ido-. Mira, libro nuevo.
  Mi madre lo sostiene entre sus finas manos y lee el título con su voz dulce.
  - El viaje de Ariana -después, se fija en lo mismo que he notado yo-: Vaya..., no tiene autor.
  - Supongo que será porque es muy antiguo y está desgastado -le digo, encogiéndome de hombros, como si le quitara importancia- ¿Dónde está Katy?
  - Tu hermana está en su cuarto, sacando las cosas de las cajas y colocándolas. ¿Sabes?, tú deberías ponerte con lo mismo -me dice, y señala con la cabeza unas pocas de cajas que hay encima de la mesa, todas con mi nombre.
  - Ya voy. ¿Cuál es...?
  - Sube las escaleras, tercera puerta a la izquierda -me interrumpe.
  - Gracias -respondo.
  Salgo del salón sosteniendo una enorme caja entre las dos manos. Por las escaleras, lo único en lo que pienso es en donde pongo los pies, porque no me gustaría tirar esto al suelo. Consigo llegar a mi habitación con la caja sana y salva. Abro la puerta y lo primero en lo que me fijo es en las paredes blancas..., no, no son blancas. Al fijarme mejor me doy cuenta de que tienen un tono beige casi imperceptible. Deposito la caja en la cama, que está situada justo al lado de la ventana. Cuando miro a través de ella, veo que da al jardín. Al lado de mi cama hay una pequeña mesilla de noche, por encima de ella, pequeñas estanterías vacías, y en la pared de en frente, hay una más grande. Al lado de la estantería grande, hay una mesa y una silla, que deduzco que serán para estudiar. Junto a la mesa hay un gran armario. La habitación está demasiado ordenada y vacía para mi gusto; debo darle un toque de mi estilo personal.
  Bajo al salón a por las otras cajas, y cuando por fin las tengo todas en mi cuarto, voy sacando mis trastos y colocándolos. Le pongo mantas a la cama y unos cuantos cojines encima de la almohada. Coloco mis libros con cuidado sobre las estanterías. Pongo mis pósteres en las paredes, y un gran mapamundi antiguo en la pared de al lado de la cama. Saco el equipo de música y lo dejo encima de la mesa de estudio. Coloco la ropa bien ordenada en el armario. Mi guitarra la dejo en una esquina de la habitación, apoyada contra la pared. Todo va teniendo pareciendo más mío, y así me costará menos acostumbrarme a estar aquí. Entonces oigo a mi madre gritando desde abajo:
  - ¡A cenar!
  El tiempo se me ha pasado extrañamente rápido. Vuelvo a mirar por la ventana y veo que ya ha oscurecido, y el reloj de mi iPhone marca casi las ocho. Antes de bajar, me pongo mi pijama de invierno y unas zapatillas calentitas. Siempre cenamos con el pijama ya puesto.
  Me siento en la mesa del comedor, que está ya puesta. Mi madre no ha preparado nada especial, ha pedido una pizza. No se le da muy bien la cocina. Se escuchan pasos bajando las escaleras y entra mi hermana corriendo, saca una silla y se sienta con nosotras. Lleva su pelo rubio recogido en una trenza de espigas que le llega por debajo de los hombros. Me mira con los mismos ojos grises que tiene mi madre y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. A saber qué ha estado haciendo en lo poco que llevamos aquí.
  - Katy, hoy casi no te he visto -le dice mi madre, y yo asiento para opinar lo mismo.
  - Oh, bueno -dice ella, con una mueca tonta en la cara-. Esta mañana he estado por ahí, dándome una vuelta por el pueblo. He visto a mis futuros compañeros de Universidad -termina de explicar, y pone una cara que, al verla, cualquiera diría que se hubiera encontrado a un famoso
  - Muy interesante -dice mi madre, sarcástica, y pone los ojos en blanco.
  Katy siempre está tonteando con chicos, pero claro, ella es rubia, alta y guapa, y los chicos suelen ir detrás de ella. Otras, en cambio, no tenemos esa suerte. Ella ha heredado los bellos y misteriosos ojos grises de mi madre, los míos no tienen nada de especial. Son de un tono azul tan oscuro que a simple vista parece negro. Y mi cabello, al contrario que el suyo, es castaño.
  En cuanto termino de cenar, les doy las buenas noches a las dos y subo a mi habitación. El reloj marca las nueve. Es muy pronto, así que decido quedarme leyendo durante unas horas. Saco mi libro nuevo, El viaje de Ariana, y comienzo mi lectura. A medida que el libro avanza, me voy sumergiendo más en la historia, las descripciones de los personajes. Mis párpados se van cerrando poco a poco, hasta que llega un momento en el que no me dejan ver las palabras de las páginas.



  Empieza a sonar un molesto pitido y me veo obligada a abrir los ojos. Es la alarma de mi móvil, la había activado para no llegar tarde a clase. No me puedo permitir empezar así mi estancia en mi nuevo instituto, Phoenix High School. Me gusta el nombre, me recuerda a uno de mis libros favoritos, Harry Potter y la Orden del Fénix. Cuando levanto la cara de la almohada veo que tenía la mejilla puesta sobre una de las páginas de mi libro; debí quedarme dormida encima de él anoche. Me levanto de la cama, pero antes de ponerme en pie tengo que estirarme y frotarme los ojos. Aún así, cuando me dirijo a la cocina sigo andando como un zombie.
  - Buenos días, mami -le digo a mi madre, que está preparando el desayuno. Tortitas con mantequilla, mi favorito.
  - ¿Cómo has dormido hoy?
  - Bien -respondo mientras bostezo-. ¿Y Katy?
  - Sus clases empiezan a las siete y media, se ha ido antes porque el autobús tarda unos treinta minutos.
  Miro el reloj. Son las siete y dos minutos. Debe de haberse ido hace poco.
  - ¿A qué hora entro yo? -le pregunto a mi madre.
  - A las ocho en punto.
  Me termino el desayuno y subo corriendo a mi habitación.
  Abro el armario y escojo una ropa sencilla, una camiseta a rayas de manga larga, unos jeans vaqueros, un jersey de lana que me queda bastante ancho y unas botas que por dentro tienen piel de borrego falsa, son muy cómodas y además mis favoritas. En mi anterior instituto, que era privado, teníamos que llevar uniforme. Al menos, eso me servía para que la gente no viera lo mal que visto normalmente. Entro el baño que tengo para mí sola, que está junto a mi cuarto. Me lavo la cara. Les doy a mis uñas otra capa de esmalte negro. No suelo maquillarme, y menos para el instituto. Cumplí los quince años hace muy poco, y estoy en décimo grado*. Casi todas las chicas de mi antigua clase se maquillaban, pero también eran casi todas unas falsas y horribles personas. Solían meterse conmigo por mi aspecto. Uñas pintadas de negro y ni un gramo de maquillaje, esa era y sigue siendo mi apariencia. La verdad es que nunca me he preocupado mucho por cómo me ven las demás personas. Pero otra razón por la que me insultaban era mi afición por la lectura, mis buenas notas y mi escasa vida social. Digamos que, en mi antiguo instituto, no tenía muchas amigas, pero yo no creo que me hicieran falta, y tampoco creo que eso vaya a cambiar ahora.
  Preparo mi mochila con unos cuantos cuadernos, mi libro para leer en el descanso, mi estuche y una agenda por si tengo que apuntar algo, le doy un beso a mi madre y subo en el autobús que me llevará al instituto. Bolas de papel arrugado, trozos de goma y otros objetos me sobrevuelan la cabeza en cuanto me dirijo a un asiento, pero el conductor no parece inmutarse. Encuentro dos asientos vacíos, y decido sentarme en el lado de la ventanilla con la esperanza de que nadie me hable. Pero pronto veo que no he tenido esa suerte. Cuando el autobús empieza a andar, me vuelvo hacia el asiento que está al lado mía y veo a una chica con el cabello pelirrojo oscuro, un color que casi parece castaño. Me mira con unos ojos marrón verdoso y me sonríe. Tiene una estatura, por lo que puedo observar, parecida a la mía, debe estar en mi curso. Yo le devuelvo la sonrisa por educación, y entonces ella me habla.
  - Hola -tiene una voz dulce, con un acento un poco irlandés-. No te había visto nunca antes por aquí.
  - Soy nueva -digo, y mi voz quizás suene demasiado tímida o demasiado borde.
  - Oh -dice la chica, ampliando su sonrisa y tendiéndome la mano-. Pues en ese caso, yo soy Megan, pero todos me llaman Meg.
  Le estrecho la mano. Su piel está muy fría y pálida.
  - Yo soy Ariana -mi voz vuelve a sonar igual, con el mismo tono de antes, y me digo a mí misma que debo practicar cómo hablar con la gente sin parecer borde. Aunque, quizás, el problema es que sí soy un poco borde.
  - Ariana -repite ella en voz alta-. Me gusta tu nombre.
  Después de decir esto, se vuelve en su asiento y mira para otro lado durante el resto del camino. Megan me ha causado una buena impresión. Es simpática, y al menos no me presiona para que le hable todo el rato. Puede que, después de todo, este curso no vuelva a ser la marginada.
  El autobús para en la puerta principal del instituto. Miro por la ventana y veo el edificio en el que estudiaré a partir de ahora. No es muy grande, tan solo dos edificios de ladrillo con unas tres plantas cada uno. Soy la última en bajar del autobús, y también observo que soy la única que va sola. Todos los demás van en grupos, charlando sobre temas que no me interesa escuchar. Como aquí dejan traer el móvil por si hay alguna emergencia, lo he traído, seguido de mis inseparables auriculares. Los conecto al iPhone y pulso el play de la música. Comienza a sonar It's Time, mi canción favorita de Imagine Dragons. Podré escucharla hasta llegar a mi clase, y como no tengo nadie con quien hablar, dejaré que la música sea quien me acompañe.
  Entro al edificio y pregunto a una profesora cuál es el aula de décimo. Ella me señala una pequeña puerta con un número 13, yo le doy las gracias y me dirijo hacia allí. En la clase ya hay varias personas, aunque aún es pronto, y entre ellas reconozco a la pelirroja que se ha sentado conmigo en el autobús. Parece que Megan y yo vamos a ser compañeras. También veo a un chico de pelo dorado, ojos verdes y alto; dos chicas que están hablando, las dos con el mismo pelo color negro oscuro que les cae por la espalda similar a una cascada; una chica rubia de ojos grises, que me recuerda a Katy; y un chico..., un chico que está sentado sólo en la esquina de la clase, y sostiene algo entre sus manos. Me fijo y veo que es un libro. No alcanzo a ver el título, pero la manera en la que está abstraído del mundo, centrado en la historia, me recuerda a mí cuando leo. Sus ojos color azul, que me recuerdan al cielo los días en los que está despejado, reflejan todo su interés por lo que está leyendo. Su cabello es moreno, de un color parecido al mío, pero no puedo evitar fijarme que en él, ese tono se ve mejor. Lo lleva despeinado, y eso le da un aire... No sé cómo decirlo, es algo así como rebelde. Debo admitir que es guapo.
  Entonces, él cierra el libro, levanta la mirada y se fija en que lo estoy observando. Sus ojos azules se fijan en los míos, me sonríe y no puedo evitar apartar la mirada, aunque no sin antes devolverle la sonrisa. Aún quedan cinco minutos para que empiece la clase. Sigo con la cabeza agachada, de repente oigo unos pasos que se dirigen hacia mí, y el sonido de un libro posándose en la mesa en la que estoy sentada.
  - Hola -dice una voz que desconozco, pero que suena como si tuviera confianza conmigo-. Tú debes ser la nueva -alzo la mirada y me encuentro con unos ojos azules a los que sólo podrían igualar los de Percy Jackson-. Soy John -me dice el chico al que he estado observando antes.
  - Yo soy... -¿por qué me cuesta trabajo recordar mi propio nombre?- Soy... Ariana -consigo decir finalmente.
  Él se limita a mirarme y a dedicarme una amplia sonrisa.

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